El tiempo que toca vivir. Ismaël Diadié Haïdara

 


 El tiempo que toca vivir

Ismaël Diadié Haïdara (Vera, abril del 2023)

En La gran Belleza, una película dirigida por Paolo Sorrentino en el año 2013, se da una fiesta de la superficialidad. Como se dice en la sinopsis; “En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. El centro de todas las reuniones es Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que escribió un solo libro y practica el periodismo. Dominado por la indolencia y el hastío, asiste a este desfile de personajes poderosos pero insustanciales, huecos y deprimentes.” 

Entre humor y exceso, se ve un episodio en lo que una niña poseída por el don de la creación lucha literalmente con botes de pinturas que tira con rabia sobre una tela, ante la mirada admirativa de un público que un deslumbrante y descreído Toni Servillo mira, con una lacónica sonrisa desencantada y llena de hastío. Una chica, toma distancia, corre y se da golpes en un pilar hasta sangrar. Una vieja monja llegada de África sopla y vuelan miles de palomas. Nadie se ha reído tanto del arte moderno como Sorrentino, en estos tiempos en que los políticos, después de hacernos vivir el miedo a la catástrofe nuclear, nos hacen temblar ante una inminente catástrofe ecológica. 

En ese tiempo que me toca vivir:

  • La pintura vale lo que se paga para un cuadro.
  • La música por las salas que llena.
  • Preferimos cualquiera mentira a la verdad y quien se atreve a decir la verdad es un insolente.
  • El arte pervive, la belleza se ha perdido.
  • El amor se reduce al sexo y lleva al tedio y al feminicidio.
  • La política, es el espectáculo en que el sillón es más importante que el destino de una nación.
  • La economía, un corral en que el dinero es más que la vida
  • La ética, un arte en que es más importante el vicio de aparentar ser bueno que ser buena gente.
  • La religión sobrevive sin espiritualidad.
  • La filosofía habla demasiado y no dice ya nada al hombre que precisa de serenidad y arte de vivir.
  • Vivir es hacer dinero sin saber hacia donde uno lleva su vida con los bolsillos llenos.
  • El poeta, en este mundo que se derrumbe, vive de metáforas y aplausos. Fabrica versos con buena métrica y grandilocuentes metáforas, no es un artista, es un artesano del verso. El valor de un poema se mide por los aplausos de los amigos y el poeta, por los premios muchas veces amañados que alargan su curriculum. 

 

Rainer María Rilke cuyas sendas seguí en Ronda hace unos días, dijo en 1910, en Les Cahiers de Malte: Para escribir un solo verso, hay que haber visto muchas ciudades, personas y cosas, hay que conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las florecillas cuando se abren por la mañana. Hay que ser capaz de rememorar caminos en regiones desconocidas, encuentros inesperados, partidas que se veían venir desde hacía mucho tiempo, días de infancia cuyo misterio aún no se ha aclarado, padres a los que tuviste que aplastar cuando te traían una alegría y tú no la entendías (era una alegría hecha para otro), a las enfermedades de la infancia que empezaron tan singularmente, con tantas transformaciones profundas y graves, a los días pasados en habitaciones tranquilas y contenidas, a las mañanas junto al mar, al mar mismo, a los mares, a las noches de viaje que temblaban en lo alto y volaban con todas las estrellas... y no basta con saber pensar en todo esto. Hay que tener recuerdos de muchas noches de amor, ninguna de las cuales fue como la otra, de mujeres que gritaban por los niños, y de bebés ligeros, blancos y dormidos que se cerraban. Hay que haber estado con los moribundos, haberse sentado con los muertos en la habitación, con la ventana abierta y los ruidos llegando a trompicones. Y ni siquiera basta con tener recuerdos. Hay que saber olvidarlos cuando son numerosos, y hay que tener la gran paciencia de esperar a que vuelvan. Porque los recuerdos aún no son eso. Sólo cuando se convierten en sangre, miradas, gestos en nosotros, cuando ya no tienen nombre y ya no se distinguen de nosotros, sólo entonces puede suceder que, en una hora muy rara, de en medio de ellos, surja la primera palabra de un verso.

Enrique Jardiel Poncela dijo: «porque nos hacen reír, pero ellos mismos no tienen sentido del humor».

A este mundo de cosméticas le gusta el elogio; se olvida que dijo con acierto Enrique Jardiel Poncela: “Si buscáis los máximos elogios, moríos”.

Esta mente, la más brillante del teatro español del siglo 20, en el prólogo de, “Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?” dice: “Me río de todo, porque todo es risible. Me río de mí mismo, porque formo parte de ese todo […] Mi posición es, pues, la de ayer, la de mañana, la de siempre: RISA FRENTE A LA VERDAD. ¿Que el fondo del corazón humano es negro? ¡Risa! ¿Que no hay nada en el mundo, ni lo más puro, que no se doblega al dinero? ¡Risa, risa! ¿Que todo está establecido sobre mentiras asquerosas, y mantenidas por injusticias eternas? ¿Que lo inmutable se ciñe sobre nuestros actos? ¿Que la mujer es...? ¿Que el hombre es? ¡Risa, risa!”.

 

Ismaël Diadié Haïdara (Tombuctú, Mali, marzo de 1957) es un historiador, poeta, filósofo y experto en cooperación maliense.

 

 

Revisión otg: ADM

 

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